En una época en la que las diferencias suelen convertirse en trincheras, un salón iluminado de Madrid ofreció justo lo contrario: un espacio donde las convicciones religiosas y espirituales no fueron motivo de distancia, sino punto de encuentro. Bajo la batuta de la Fundación para la Mejora de la Vida, la Cultura y la Sociedad, y en el marco del Día Mundial de la Diversidad Cultural y el Diálogo, cinco voces de peso alzaron su palabra para hacer algo inusual y necesario: escucharse de verdad.
Isabel Ayuso-Puente inauguró el acto con una convicción que atravesó las paredes: “Esto no es un día superfluo, como el Día de los Enamorados. Esto importa”. Desde la Fundación —con estatus consultivo en Naciones Unidas—, subrayó el valor irrenunciable del diálogo interreligioso como herramienta de paz, justicia y conocimiento mutuo.
“La espiritualidad está presente en todas las culturas y enriquece la condición humana”, dijo, citando a la UNESCO. Su intervención fue una sinfonía de convicciones humanistas: claridad, propósito y un firme llamado al respeto desde la acción.
Pandit Krishna Kripa Dasa viajó desde Ceuta hasta Madrid, pasando por trenes, barcos y metros. Pero sus palabras recorrieron una distancia aún mayor. Con el ritmo pausado de quien no tiene prisa para las cosas sagradas, el sacerdote hindú desgranó el pensamiento védico sobre la diversidad: “Ekam Sat Vipra Bahuda Vadanti”, citó. “La verdad es una, pero los sabios la llaman con distintos nombres”.
Sin pontificar, ofreció un recorrido por el alma del hinduismo, donde Dios puede tener forma o ser pura energía. “Cuando saludo con un ‘namaste’, no saludo a tu aspecto externo: saludo a la divinidad que habita en ti”. Su canto a la unidad espiritual, a la paz y a la no violencia emocionó al auditorio. Y su respeto explícito a otras religiones —“admiro del budismo la compasión, de la cienciología el autoconocimiento”— selló su intervención con una autoridad nacida de la humildad.
Le siguió Luis Morente Leal, presidente de la Unión Budista de España, con la voz templada de quien ha hecho del silencio y la observación su hogar. Abogado de formación, filósofo de vocación, propuso una tesis clara: la diversidad no debe temerse, sino valorarse como fuente de sabiduría. “El enemigo está dentro, no fuera. La diversidad no es una amenaza, es la prueba de que estamos vivos”.
Morente desmontó con aguda elegancia el mito de la verdad absoluta. “El Dalai Lama dijo una vez que ojalá nunca haya una religión universal. Porque eso sería negar la riqueza de lo diverso”. Y con un guiño a Shakespeare, Kant y Buda, recordó que el amor auténtico —ese que traspasa identidades, dogmas y prejuicios— es la mayor revolución posible: “Cuando uno se enamora del ‘enemigo’, entiende lo que significa amar de verdad”.
Mercedes Gómez-Vadillo, portavoz de la Iglesia de Scientology en Cataluña, aportó una de las intervenciones más íntimas y valientes. Confesó que durante años tuvo que ocultar su fe por miedo a los juicios ajenos. “¿Cuántos prejuicios hemos tenido todos acerca de otras religiones?”, se preguntó. Y con una sinceridad luminosa, añadió: “Lo que nos salva es conocernos. Ir a donde están los otros. Escuchar de verdad”.
Mercedes presentó las claves de su religión —fundada en el siglo XX por L. Ron Hubbard— como una ruta hacia el autoconocimiento y la mejora espiritual. “Creemos que el ser humano es inmortal, y que sus capacidades son ilimitadas”. Pero su verdadero mensaje fue otro: la comunión práctica con otras tradiciones. “En los grupos interreligiosos de Barcelona hemos creado amistad. Vamos unos a los centros de otros. Lo que parecía lejano se vuelve cercano cuando se mira con respeto”.
Y entonces habló Fernando, representante de la Unidad de Gestión de la Diversidad de la Policía Municipal de Madrid. Sin adornos, sin retórica grandilocuente, con la convicción tranquila de quien patrulla no solo las calles, sino también las grietas invisibles del tejido social.
Explicó que la diversidad no es solo un concepto estadístico, sino una realidad viva que requiere sensibilidad. “Cuando alguien no puede expresar su fe o su identidad en su lugar de trabajo por miedo al rechazo, eso no es solo un drama individual: es una pobreza social”.
Desde su comisaría, especializada en delitos de odio y discriminación, Fernando y su equipo no solo aplican la ley: la humanizan. “La víctima no se adapta al proceso, es el proceso el que debe adaptarse a la víctima”, afirmó. “Una sala de espera no puede convertirse en una nueva agresión”.
Destacó que la formación interna ha sido clave para mejorar el trato policial, y no tuvo reparo en admitir que “por ignorancia también hemos cometido errores”. Pero también defendió con firmeza el compromiso de su unidad: “Somos parte de la sociedad. No trabajamos para los ciudadanos, trabajamos con ellos”.
Y cerró con una idea que resonó largamente: “Tolerar no es suficiente. Tolerar puede significar dejar que el otro exista, pero sin aceptarlo. Y aceptar la diferencia no es una concesión: es entender que somos iguales precisamente porque somos distintos”.
En una tarde llena de historias, mantras, versos védicos, abrazos budistas y emociones contenidas, quedó claro que la diversidad no es un problema que resolver, sino un tesoro que comprender. No se trató de imponer credos ni de negociar dogmas, sino de algo más sencillo y poderoso: reconocerse en el otro.
En tiempos de ruido y polarización, Madrid ofreció un oasis donde las palabras no se alzaron como banderas, sino como puentes. Y en ese puente, el mundo pareció —por un instante— un lugar más digno, más justo y más posible.